miércoles, 16 de septiembre de 2009

A C H Ú - (El Silencioso)

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De Eladia Montesino-Espartero Averly

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A Laura María le dijeron que pronto tendría un hermanito… ¡Ella, se lo había pedido tantas veces a la cigüeña cuando la veía cruzar rápida por el azul del cielo!... Es que estaba ya tan aburrida la pobre niña de no poder jugar con nadie en casa, que esta noticia le llenó de alegría y soñaba día y noche con el feliz acontecimiento de tener un compañero de juegos.
Además, ya no estaría envidiosa de su prima Chiqui, a la que todos los años, la cigüeña, le traía un hermanito nuevo, y, últimamente, se sintió espléndida y le trajo dos a un tiempo. ¡Qué suerte tenía Chiqui!...
Laura María, cada vez que pasaba una cigüeña le gritaba desde el balcón con todas las fuerzas de sus pulmones:
-¡¡¡Que nos traigas un niñoooo!!!...
Pero nada. Y la pobre pequeña, que ya contaba cuatro años, estaba cansada de jugar con su amiga del espejo que, como era ella misma, no hacía más que copiar como un mono de imitación todos sus movimientos, pero no hablaba... ¡Qué fastidio!

-¿Juegas? -la decía- yo soy la mamá y tú la niña, y el espejo reproducía todos sus gestos, pero era una amiguita muda.
Un día del mes de Febrero, con la naricita pegada al cristal del balcón, miraba Laura María muy atentamente hacia el cielo, mientras su mamá terminaba un preciosos jerselito de niño pequeño, al que estaba dando los últimos toques.
-¿Qué haces, nena? Preguntola intrigada.
-Estoy mirando una cigüeña que no hace más que volar frente a nuestra casa, pero va muy alta. ¿Será?...


Si, fue…
Fue lo que había pasado por la cabeza de Laura María.
Por la noche entró la cigüeña por el balcón que el papá de la niña había dejado abierto y depositó sobre la cama de su mamá un envoltorio que todos abrieron enseguida, y allí estaba, ante el entusiasmo de la familia, un precioso niño, gordito y sonrosado, que, al aparecer desnudito fuera del pañal que lo envolvía, estornudó con fuerza.
-¡¡Achú!!... ¡¡Achú!!...
-¿qué ha hecho,? –preguntó asombrada Laura María.
Su abuelita contestó a la pequeña:
-Tu hermanito ha estornudado. Ha hecho así: ¡¡Achú ¡¡Achú!!... ¿Cómo ha hecho el niño, nena?
Laura María repetía nerviosa y muerta de risa:
-¡¡Achú!... ¡¡Achú!... El niño ha hecho ¡Achú!...mamá, papá, el hermanito ha hecho ¡Achú! ¡Qué risa, abuelita! ¡Qué bonito es! ¡Qué ojitos tiene! Me está mirando. Es que me conoce y sabe que soy su hermanita… ¿Cómo te llamas? –preguntó Laura María al pequeño.
El niño, por toda respuesta, volvió a estornudar:
-¡Achú!... ¡Achú!...
-Dice que se llama “Achú”, papá, mamá, abuelita. ¡Qué gracioso! Dice que se llama “Achú” –y Laura María se reía a carcajada, y saltaba palmoteando llena de alegría.


Al hermanito no se le oía. No lloraba nunca. No hacía más que dormir, lo que desesperaba a Laura María, porque su vida, que creyó iba a cambiar, seguía siendo la misma que antes de nacer “Achú”, que así le llamaban ya todos, aunque el nombre que le puso el cura al bautizarle no fue ése, precisamente, sino Pedro Domingo.
Con ese ceporro de niño no había quien jugase, porque era como un tronco, y encima, si ella se acercaba a la cuna del hermanito, en seguida la decían que se fuera de su lado porque se iba a despertar. Pues… ¡Eso era lo que Laura María quería! ¡Vaya un compañero de juegos que le había traído la cigüeña más dormilón!...
-¡Mamá, mamá! que “Achú” se ha puesto de pie en la cama y te está tirando todo lo que tienes en la mesilla de noche…
Pues pasados algunos meses, ya empezó a decir el niño “Aquí estoy yo” no con las palabras, sino con los hechos. El despertador estaba en el suelo con el cristal roto; una bandejita de plata; la lamparita y hasta un paquete de cigarrillos de su padre. Estos había tenido buen cuidado de irlos sacando de su paquete y tirándolos uno a uno, como si fuese deshojando una margarita, y el último se disponía a comérselo, ya le había dado un mordisco y estaba poniendo caras raras por lo mal que le sabía, cuando llegó su madre.
-¡Dios mío, la que has armado!...

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Cada día hacía una de las suyas el silencioso “Achú” y ya su mamá empezaba a perder la paciencia a pesar de la mucha que tenía.
-Mamá –dijo la niña- ¿no decías que mañana es el cumpleaños de “Achú”?
-Si, hija mía, mañana es. Invitaremos a todos vuestros primitos y amigos para festejarlo.
La madre de “Achú” preparó al día siguiente una riquísima merienda en la que no faltó una exquisita tarta, que además de exquisita estaba artísticamente adornada con merengue, chocolate y unas preciosas guindas escarchadas, coloraditas y estupendas.
En el centro, lucía una preciosa velita que tenía que apagar “Achú” de un soplido.


Hacía varios días que estaban enseñando al pequeño a soplar con fuerza, y gastaron varias cajas de cerillas en este menester, pues generalmente quería apagarla con la mano. Por fin llegó a soplar el pequeño a la perfección y ya lo hacía mejor que Eolo cuando a éste se le hinchaban las narices. Pero cuando le pusieron la tarta delante, a la vista de todos los niños invitados, fue tal su entusiasmo, (porque era muy tragón) que apagó la vela de un manotazo, y cogiendo un puñado de tarta se la metió en la boca antes de que nadie pudiera evitarlo.
Excuso deciros, mis pequeños lectores, cómo se puso la cara. ¡Parecía un payaso de circo de los que vosotros muy bien conocéis! Y para acabar de arreglarlo se limpió las manos en el precioso mantel que su mamá había puesto para festejar su cumpleaños.
-¡Vaya por Dios!... ¡Vaya por Dios! –exclamó su madre consternada- ¡No sé lo que te haría, “Achú “ ¡Vaya estropicio has organizado!...
En cambio todos su primos y amiguitos, que no eran pocos, reían a carcajadas. Mientas tanto él, el silencioso “Achú”, no decía nada, pero comprendía que había hecho mal, que su madre estaba muy enfadada, y la miraba con sus grandes ojos inocentes y suplicantes, parecían decir “¡Ya no más, mamá!... ¡Ya no más! “

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“Achú” fue creciendo. Ya perecía casi un hombrecito. Pasó su segundo aniversario y en su casa festejaron los dos años del niño invitando de nuevo a todos su primos y amigos, pero esta vez apagó las dos rizadas velitas con más formalidad que al cumplir su primer año, aunque como no se estaba quieto, se cayó del sillón y apareció por debajo de la mesa, con gran regocijo de su hermanita Laura María y de todos los demás niños, que aplaudieron como si hubieran visto un juego de manos: “¿Veis a “Achú?”… ¡pues ya no lo veis!”
-Menos mal, -decía Laura María- que ya podré jugar con alguien.
Pero “Achú” como decía su tía Mary, “vivía su vida y no llevaba cuenta con nadie” Él no hablaba, pero, bueno… ¡hacía cada cosa!...
Todo el mundo comentaba: “Este niño no dice nada. Ya tiene edad de hablar algo, pero que si quieres”…
Su abuelo, que era un humorista y tenía siempre ganas de bromas, cuando alguien le preguntaba que si por fin hablaba algo el pequeño, decía con gracia:
¡Sí hombre, ya sabe decir “que”!

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La pobre Laura María continuaba jugando con la niña del espejo, puesto que su hermanito “Achú” seguía a su vez “viviendo su vida” y sin llevar cuenta con ella.
Por eso no es de extrañar que siguiera asomándose al balcón a ver si pasaba una de esas simpáticas zancudas que traen los niños a las casas para gritarla:
-¡Cigüeña! ¡Que me traigas una hermanitaaaa!...
La cigüeña, obediente a su mandato trajo a la casa una niña preciosa algún tiempo después.
Pero como era tan chiquitita tampoco la sacaba de apuros y estaba ya harta de la niña del espejo. Como habían pasado cuatro meses y su hermanita Any, que así se llamaba, no sabía ni siquiera andar, volvió a la carga con la cigüeña a la que muy enfadada ya, la dijo:
-¡Que nos traigas otra niñaaa!... ¡pero como yo de grandeee!...
-Mira, laura María, por lo que más quieras! -dijeron a un tiempo su papá y su mamá -muy enfadados- Haz el favor de no volverte a asomar más al balcón y deja en paz a las cigüeñas. Desde mañana empezarás a ir al colegio y allí tendrás. infinidad de niñas con quienes jugar y ya no necesitarás hacerlo con la niña del espejo. Y así sucedió.



Gracias a esto todos se tranquilizaron en la casa, bueno,
hasta cierto punto, porgue en cuanto al silencioso “AChú.” seguía en silencio haciendo de las suyas con su carita de ángel, que parecía que jamás había roto un plato.
Su mamá ya no se limitaba a reñirle, sino que, a veces, le daba unos buenos azotes, con la mano de muelle, en... bueno, en el sitio de los azotes, es decir, en donde la espalda pierde su nombre, pero él, con sus grandes ojos llenos de inocencia y de susto, decía... porque al fin aprendió a decir algo.
-!Ya ya no ma, mamá! ! ya no !Beso, beso!... y ponía su manita en alto como si jurase sobre los evangelios, mientras movía su preciosa cabecita de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en actitud negativa para dar más fuerza a lo que aseguraba.
¿Quién no daba un beso a este sol? Su arrepentimiento era sincero, auténtico y noble, pero... pero...

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Pasó "Achú” el sarampión sin complicaciones, pero sentía el deseo de que le mimasen como antes de nacer su hermana Any. A él ya le consideraban como un hombrecito.
Durante la enfermedad volvió a recaer todo el mimo de la familia sobre “Achú”.
-¿Cómo está el niño?-preguntaban a sus padres.
-Está un poquito pachucho; pero ya se levanta de la cama.



Volvió el pequeño y silencioso “Achú” a hacer su vida habitual y sentía pena de no verse mimado como durante el sarampión, así que si se despertaba por la noche, llamaba a su mamá y le día:
-¡ Mamá, beso !
Su madre se levantaba y acudía a dárselo sin pereza, pero muerta de frío, hasta que tuvo que decidir echarle el beso desde su cama, lo que a "Achú" no le hacía gracia.
-¿Te pasa algo?
-Sí.
-¿Qué te ocurre?
-!Estoy pachucho!- decía con acento lastimero.
Esta frase se la había aprendido tan bien que en cuanto creía que no le hacían bastante caso, ponía una carita muy triste y repetía: -!Estoy pachucho!

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-¿Qué hará el niño que no se le siente hace tiempo?- decía su madre un poco alarmada.
En aquel momento llegó a sus oídos un grito de Laura María seguido del llanto de la niña. Salió corriendo por el pasillo y al verla en el suelo corrió a levantarla, pero resbaló en algo pegajoso y deslizante y cayó también.
Al ruido acudió el padre que después de hacer varias contorsiones para no perder el equilibrio cayó asimismo cuan largo era.
-¿pero qué es esto? ¡Dios mío, la pasta de las croquetas que teníamos para esta noche ¡- dijo la madre.
Eso era, efectivamente , y estaba extendida por el suelo del pasillo.
Esta vez tomó cartas en el asunto el padre de “Achú” .
¿Donde está ese mamarracho?
No lo encontraban por ninguna parte.
-! “Achú”… "Achú” ! ...
El niño no aparecía. Revolvieron toda la casa y hasta miraron dentro de los armarios y debajo de las camas sin encontrarle.
-¡.Pero, Dios mío! ¿Dónde puede estar esta criatura- decía la madre angustiada, porque ya no sabían dónde buscarle.

Salió el padre de “Achú” precipitadamente a la calle y recorrió todos los alrededores de la casa, mientras la madre preguntaba a las personas que vivían en los distintos pisos de ella, pero el pequeño “Achú” seguía sin aparecer.
Laura María y su mamá lloraban abrazadas mientras el padre llamaba, nervioso, por teléfono a la Comisaría de Policía, pensando que se trataba de un rapto.
La casa se llenó de gente. Todo el murado preguntaba, todo el mundo hablaba a un tiempo y no había quien se entendiera.
-Vamos a ver. ¿Desde cuando han notado ustedes la falta del niño?
-preguntó el comisario.
-Desde poco después de la hora de comer -contestaron los padres de
“Achú”.
!Y eran las once de la noche! ¡Qué horror!
Al enterarse los tíos del pequeño acudieron también con algunos de sus hijos, y hasta el perro que tenía uno de ellos, un gracioso fox-terrier, que jugaba mucho con “Achú” y era su buen amigo.

Al no verle empezó a olfatear buscándole.
La familia en pleno le seguía, y, cual no seria el asombro de todos cuando al tirar el perro, con la boca, de una cortina del salón, descubrió a “Achú” que dormía como un leño, tras ella, acurrucado en el suelo.
Al ruido, despertó , y al ver acercarse a sus padres, con la carita toda embadurnada de pasta de croqueta, así como el trajecito que llevaba puesto, se levantó de pronto asustado, y con la manita en alto, como tenía costumbre, repetía sin cesar:
-¡Ya no ma, mamá! ¡Ya no ma, papá ¡ ¡Ya no!¡… ¡Beso, beso!

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¿Creéis mis pequeños lectores que ésta fue la última hazaña del silencioso “Achú” ?...
No sé, no sé… permitidme que lo dude. Hace tiempo que no le veo, supongo que seguirá “viviendo su vida”, como decía su tia Mary.
Puedo enterarme bien, y si os interesa, no tenéis más que escribirme una cartita diciéndomelo y os complaceré.

Eladia Montesino-Espartero Averly
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4 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww y cómo lo cuentas!! magistralmente, amiga. Un enorme abrazo!

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  2. Me a encantado! ya conocia las historias que me habia contado mi abuela pero esto es como vivirlas ^^ jaja además aun tengo que repetirals cada vez que me preguntan ¿Cómo dices que se llama tu padre? ¿Achu? :) se lo pasare a todos para que también lo lean, un besazo!!

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  3. Muy, muy bonito. Me ha encantado.

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